Hablo demasiado. Más que demasiado
Hablo tanto que agoto a mi propia mente, que en un punto deja de seguir el hilo de mis palabras y simplemente suelta las riendas.
Quizás en esos breves destellos de cordura inocente, aparecen esas frases graciosas o sutiles. Quizás es el agujero negro del lenguaje, el no-lugar en el cual desaparecen las razones y los argumentos, las cosas sabidas sin aprendizaje, las palabras “qui van tres bien ensamble
Sufro si debo permanecer callada escuchando las ideas de alguien. Me acucia el deseo de interpelar, refutar, indagar un punto no muy preciso, pedirle que se calle...en fin...
Si fuerzo el silencio de mis labios, se hace intolerable la cháchara de mi mente en ebullición. No he conseguido, ni con toda la voluntad que poseo, hacer callar a esa voz que sigue pensando con palabras y frases, esa voz ni siquiera pronunciable que genera un flujo irrespetuoso de ideas y las vuelca en el torrente de mi interior.
Quiero practicar el silencio, pero el silencio no quiere practicar conmigo.
En un viejísimo programa de televisión, Mork, el extraterrestre filósofo que visitaba la tierra, comenta a su superior en el informe del día, una curiosa conclusión acerca de sus observaciones en un hogar de ancianos: “He notado que la mayor parte de los ancianos son sordos, y me temo que ello se debe a que ya no les hablan, y por lo tanto, no tienen nada que oír...”
Terrible silencio el de aquel a quien nadie quiere regalar una palabra por el simple placer de dialogar.
Conozco personas que no disfrutan nada de una charla que simplemente divague entre la cultura, el amor, las virtudes, los sabores...Se sienten tensas y en falta, porque las palabras, las charlas, parecen estar hechas –para ellos- con la finalidad de producir un observable. Si no son charlas “productivas” las viven como peligrosas...
Supongo que tienen cierta razón.
Las personas que juguetean demasiado con las palabras desarrollan un humor delicioso, fino, un tanto vedado para el común. Se vuelven también, ciertamente insufribles en determinados momentos.
A veces una dice “tengo un sueño...” y tan solo quiere expresar eso, esa sensación fisiológica de necesidad de descanso. Pero los habladores interpretan que una tiene un sueño proyectado, un futuro de casitas amarillas y palmeras batiendo hojas al viento... o que se puede tener UN sueño, como tener otras cantidades de sueño. Ipso facto, se impone hablar de unidades de medida de los sueños. La conversación sigue su derrotero...
Bla, bla, bla
Cha cha cha
Se terminó.
No el hablar, sino el deseo de transcribirlo.

2 comentaron esto...:

George Armand Blake dijo...

Felicitaciones...

Anónimo dijo...

"Habla cuando tus palabras sean más dulces que el silencio..."

A todos nos gusta hablar, pero, ¿no es más sabio escuchar?

Además, ¿cómo puedes encontrarte a vos misma si no haces silencio? o...¿cómo te escuchas?

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