El sueño, el simple sueño del cansancio me pisa los talones. Me despido en el MSN, y cierro sesión y todo, y me digo a mí misma que no es sano dormir tan pocas horas, y que bueno, por eso las seis de la tarde me agarran con esos bajones y por eso no puedo leer demasiado rato sin que me entre el sopor del sueño.
(ah...quisiera regular este proceso...quisiera no necesitar dormir...o dormir menos y estar bien...)

Pero me vence el sueño.
Me derrota estrepitosamente. Me gana por goleada. Me pasea.
Antes de caer en brazos de Morfeo, como solía decir mi mamá, hago un esfuerzo y pienso un tema para postear, algo del día a día, algo que me llamó la atención o me hizo pensar.
Mi tiempo pasa lento, denso, viscoso, tardo tanto en elegir, que el sueño ya llega de nuevo a golpear en mis párpados. Oigo el murmullo apagado de sus grises terciopelos, es como una entrada lenta y triunfal, sus pasos menudos en la alfombra raída del cansancio...
Pienso: ¿por qué este empeño en querer hacer una cosa más?
Y respondo: es que quiero ser elegante y ocurrente una vez más. En el momento en que escribo esta frase, me percato de que sólo se trata (¡de nuevo!) de absurda vanidad. De querer mantenerme en el podio de las minas que hacen setecientas cosas y aún les queda resto para bloggear.

Bueno, es tardísimo, firmo la rendición, depongo las armas, bajo la cabeza (hasta la almohada) y me ubico en las filas de las que se van a la camita, con frío, con dolor de cabeza, con mufa, a entregarse a un sueño sin sueños, a darle revancha al cuerpo por pocas horas.
Bien, finalmente, no soy la super VeRa. Siempre fui menos que mi reputación.

Visite Oslo

12:23 a. m. | 2 Comments


¿Qué se transmitirán de frente a frente, estos amantes de piedra del parque Vigeland?
(Sí, una de ellas es la que usé en el post anterior... y si no pueden visitar Oslo, entonces miren más sobre las esculturas de Gustav Vigelanda aquí. Disfrutenlo)

No me creen

6:10 p. m. | 6 Comments

No sólo una persona: hay unos cuantos y cuantas.
Que no creen que escribo acá sin editar y sin retoques. Bueno, sí: retoco a veces mientras va saliendo, como para no repetir tres veces la misma palabra. Además, como suelo volver sobre los mismos temas, hay algunas que surgen una y otra vez. Les pienso un adjetivo, o quizás, una metáfora simple, que me permita eludir el eterno retorno.
Pero, che, más allá de eso, no edito. Ni siquiera escribo primero en un procesador de textos para hacer luego la consabida maniobra del copy-paste.
¿Y por qué será?
Me imagino que para evitar el acartonamiento, para escapar de mis propias sombras: mi deseo de agradar, mi erudición enmascarada, mi dificultad para organizarme en las frases cortas.
También para ser fiel a mi promesa de "no escribir más".
Si me siento con una lapicera azul frente a un cuaderno Arte, la cabeza pega un tirón para atrás en el tiempo, me trae a la boca un sabor agrio. Dije una vez que renunciaba a ser poeta por este motivo y el de más allá, porque dolía el mundo si decía de mí misma "escribo". No importan los motivos: si por gusto o por amor, o por desolación.
Hubo, además, un momento preciso en el que la poesía de la vida se me presentaba a cada paso de una manera tan brutal e insuperable, que presenté humildemente mis armas y me rendí.
Y entonces este blog es apenas despuntar un vicio.
Es terapia de exposición, como me dijo malamente y con dolorosa puntería el psicólogo que finalmente nunca me atendió.
Este blog es también, como lo es para muchos otros bloggers, un puente, una ventanita iluminada con su tenue resplandor naranja en medio de un mundo que duerme su apacible noche azul, fría de estrellas parpadeantes. Yo me siento con los dedos en el teclado, escuchando a Silvio o a Dido, o Los Cafres o a Queen. Con el mate o el capuchino, con veintiocho ventanas más abiertas o concentradísima sólo aquí. Nada más: escribo, como quien tira su moneda a la fuente porque la fuente está allí, sin una certera esperanza de que nuestro deseo ha de cumplirse.
Pero bueno, hay quien no me cree.
O quizás me tienen una fe desmesurada, por eso insisten en que yo debería "Escribir", así, con mayúsculas y negritas, con más ahínco, o más disciplina o más ventaja, escribir como para publicar un libro o algo del estilo.

Voy a poner un espejo en este post, porque yo soy la que cree que son muchos los que deberían sentarse a escribir con disciplina, y desenrollar todo el hilo que hay en el carretel de su experiencia, largar el rollo, poner en Arial 12 las cosas que tienen para contar y enseñar, y publicarlas.
Yo sé que el resultado sería algo original. Positivo. No puedo asegurar que sería un éxito (las razones del mercado son caminos inexpugnables, como los del Señor).
Pero bueno, que no me creen.

Lindo

6:00 p. m. | 0 Comments

"...pero es demasiado tarde y ella le da un beso
de esos que humillan a la soledad..."

Neolengua

11:13 p. m. | 13 Comments

Me sorprendí usando una palabra totalmente inédita (para mí).
Suena a pecado, casi. Uno corre a pensarse la etimología y nada, che: es como buscarle etimología al euskara. Palabreja ingrata, rara, como encendida. Sin embargo indica justo lo que vengo haciendo con el blog: procastinación.

Voy a escribir sobre los sueños...mañana (...o pasado)
Tengo pensado un post sobre el Lactobacillus GG (ya lo haré)
Ando juntando material y evidencia para mi notas sobre el origen de la consciencia
Átomos: si... pronto escribo sobre átomos y briznas de hierba
Hazaras y pastunes: ya va

Voy amontonando pendientes sobre pendientes, se me pasa el punto, el momento, alguien más lo publica por ahí (¡shit!).

Bueno, eso, en esta neolengua que bate furiosamente idiomas y te los sirve en copa, se llama PROCASTINACIÓN.

Yo procastino, tú procastinas, todos procastinamos. Clarín dice que se trata de un mal hábito. Los chicos de Microsiervos son más tolerantes. Ya vendran posteos mejores. Sigo procastinando... que lo parió.
Sí, ellos.
Los que ríen con sólo media risa.
Los que se contonean como pavos a la vista de sus ocasionales "amigos".
Los que aplauden frenéticamente cualquier manifestación que pueda ser potencialmente una ganancia para ellos (y para nadie más).
Los sepulcros blanqueados.
Los hipócritas.
Los oportunistas, travestidos de camaradas. Patéticos. Desagradables. Una ligera capa de empapelado vistoso, cubriendo una pared de boñiga seca.
He visto brillar sus pupilas dilatándose ante la posibilidad de aumentar su tajada.
He percibido el acre aroma de su aliento, escapado de risotadas obscenas, que se camuflan de simpatía y comprensión.
Los reconozco por su modo de andar: se agachan serviles, mientras marchan al lado de su presa, se encogen deliberadamente para hacerle creer que no es la presa, sino el predador. Saben que en el momento de la traición, o del abandono, o de la trastada, se erguirán a su tamaño normal, pareciendo así, grandes personas.

Llegado el caso, se portarán como carroñeros sin pudor: se pelearán entre ellos, cometerán nuevas traiciones, transarán con el mejor postor. Da igual. Puestos a elegir, eligen siempre y sin que les tiemble el pulso, la opción que les reditúa el mejor negocio. Y si esa opción implica clavar un puñal al anterior "amigo", quedarse con sus tripas, con su vivienda, con lo que quede de su familia y de sus afectos reales, así lo harán.

Ay, lo que sucede es que... ¡los oportunistas son tan buenos compañeros de disfrute! Son tan alegres y joviales, tan adrenalínicos, tan astutos y compinches, tan entendidos...

Ellos parecen los únicos amigos que nos entienden y aprueban. Los rostros adustos del pasado no lo hacen. Las voces de advertencia nos suenan tan egoístas y apocalípticas que preferimos no escucharlas. Mejor seguir de risa y vinos con estos nuevos amigos que dicen que todo lo que hacemos está perfectísimo y nos merecemos el goce, aunque sea un goce prohibido, peligroso, que podría salpicar y herir a quienes menos quisiéramos...

No sé como romper el hechizo de los que ríen con sólo media risa, los delimitadores de las primaveras.
Apenas sé reconocerlos por algunas de sus actitudes retorcidas, por ejemplo:
  • Hablan siempre en presente, pero no al estilo de los budistas, que se centran en el aquí y ahora de la consciencia. Los oportunistas solo miran donde pisan. No tienen esperanzas de futuro.
  • Son voraces. Tienden a disimularlo compartiendo contigo la voracidad.
  • Tienen la carcajada demasiado fácil. Acabas por no distinguir cuando se ríen con ganas, y cuando por festejar tu chiste estúpido.
  • Averiguan materialmente de qué va tu vida: cuanto estás ganando, cuánta plata entra o sale de tu casa, qué ropa te compraste últimamente (por cierto: toda tu ropa es super cool)
  • Les importa un bledo tus afectos anteriores. Los califican livianamente de superficiales. Se suman a tus críticas de la familia, aun sin saber nada de ella.
En resumen, como bien dicen en su canción "Las pastillas del Abuelo": "Son los oportunistas de la desesperanza mientras más les das, menos les alcanza"
¿Librarse de ellos? ¿Cómo? Ojalá hubiera un único modo. Ojalá lo supiera...
Pero si por algún motivo, alguien que me escucha (que me lee) se viera retratado, sépase qué se hace con ese destino. Cualquier reclamación, que sea sin membrete.

En mi caso: Otra mañana de viernes BIEN aprovechada. Que les vaya lindo el finde.

E - volución

11:30 a. m. | 8 Comments

¿Quién de nosotros, adultos alfabetizados, no ha calculado en su tierna infancia la edad que tendría en el año 2000?
Los vaticinios optimistas decían que ibamos a movernos en silenciosos autos voladores, o que la comida en micropíldoras a todo sabor harían crecer telarañas en las cocinas.
Los autores de comics negros dibujaban un porvenir de peligrosos mutantes degradados a subhumanos por efecto de la contaminación ambiental.
Pero en ambos extremos, la tecnología aparecía omnipresente, indiscutible, metida por abajo de la piel, controlando, haciéndose cargo...
El caso es que llegó el 2000 y en los barrios de la India se seguían muriendo de lepra, y los talibanes enfundaban a sus mujeres en burkas asfixiantes y en La Caba, acá a metros de los lujosos edificios de Buenos Aires, los pendejos se reventaban los pulmones aspirando pegamento y tenían escuelas sin vidrios donde los maestros sin promesas de futuro escribían en pizarrones sin pintura las letras de tizas berretas que garrapateaban días sin esperanzas de robots, ni de autos voladores, ni de computadoras para todos.
La revolución de las máquinas no llegó para el 2000, Odisea del Espacio no sucedió en 2001, y el capicúa 2002 tampoco trajo las maravillas prometidas.
A estas alturas, mediando el 2007, el mundo está muy lejos, muy, muy lejos de los prodigios tecnológicos que harían más agradable y fácil nuestra vida. Para algunos, una minoría flagrante, el confort es un caldo continuo en el que se mueven con cautela. Ambientes climatizados, vehículos con GPS, zapatillas con aireación, medicina de alta complejidad, saturación de información bombardeando los cinco sentidos todo el tiempo. Si hay humanos que nunca viajaron en avión, o no conocen Internet, esta casta de freaks sobrealimentados no se entera.
Los oscuros niños del hambre son apenas noticias: tapas de la National Geographic , fotos que podrían ganar un Pullitzer.
Como quiera que sea, el hombre se ha extendido sobre la superficie del maltratado planeta, ha construido redes y tabiques, ha minado la armonía hombre/mundo que la naturaleza parecía poder mantener mediante estratégicos golpes de timón.

Cuando el etólogo Richard Dawkins publicó en 1976 su teoría de que los genes son las verdaderas «unidades» centrales de la evolución, en vez de los individuos, puso descarnadamente al desnudo la naturaleza ciega y automática del desarrollo humano: somos como cucarachas, en el fondo: nos replicamos porque los genes persiguen desesperadamente esa meta sin un porqué (¿o con él?)
Somos algo así como los portadores de un mensaje que no entendemos, y que sigue una única regla: la perpetuación. ¿A qué precio? Al que sea.
Nuestros cuerpos, nuestros ciclos, nuestros órganos y tejidos, nuestras diferencias de piel, de vello corporal, de estatura... no le importan demasiado a los genes. La diferencia la hemos establecido en base a otros parámetros que incluyen la arquitectura sobre el medio ambiente, sobre nuestro propio modelo autoportante de homo sapiens: mediante el desarrollo de la cultura, para decirlo en términos amplios.
Ahí es donde "el envase de los genes" empieza a irse de pista, creo yo.
Construimos templos gigantescos sacrificando para ellos las vidas de cientos de seres humanos (tanto en la construcción misma, como en nombre de la ideología que lo erige como válido). Pero no hemos podido resolver, como especie, el problema de cuidar bien de nuestras infancias . De todas.
Hemos taladrado las fosas mas profundas de las cuevas subterráneas y alcanzado alturas siderales inimaginables. Pero no hemos sido capaces, como especie, de evitar las guerras masivas, ni las domésticas, ni la violencia injustificada, ni el horroroso deleite de la tortura.
Fue el matemático Von Neumann uno de los primeros en apuntar que una máquina creada por el hombre para procesar datos y producir resultados, bien podría adiestrarse para producir copias de sí mismas.
(Ah...léanlo...es escalofriante e interesantisimo: aqui...y aqui)
Una máquina que después de cierto entrenamiento y siguiendo determinadas pautas, se copia a sí misma, y sigue haciendo su trabajo. Esparce el "gen" -si se me permite- de la autorreplicación.
No me da el "ancho de banda" de mis zarandeadas neuronas para imaginar cuál es el punto en que la autorreplicación podría detenerse (¿fallas técnicas? ¿fatiga de los materiales?). Tampoco me puedo hacer una idea del modo en que este proceso se retroalimente y "aprende" de sí mismo, de manera que evita los problemas y alienta las ventajas... Ciertamente, existen hoy en día sistemas informáticos que funcionan sobre la base de esa premisa, palabras más, palabras menos..

Dios! Así enunciado se parece tanto a la definición de Evolución... que presa de un pánico de espíritus antiguos, y a sugerencia de mi hija que rezonga "uy..! nos van a dominar! nos van a dominar!"entre sonoras carcajadas ... abandono el tema.
Aqui dejo un video: una pila de cubos "inteligentes" se replica teniendo los materiales a mano. (Pero nada: Lo consideraré evolucion el día que repliquen el alimento para los que se mueren de hambre, el abrigo para los que se mueren de frío, el beso para los que se mueren de desamor...)





Horror Vacui

11:33 p. m. | 9 Comments

En un librito que leí de Isaac Asimov, me enteré de que en la antigüedad, una buena parte del mundo "cultivado" sostenía que la Naturaleza se comportaba según una premisa que dieron en llamar "horror al vacío".
En efecto, la Madre Natura no podía tolerar que se generase un espacio vacío, y cuando esto sucedía, alguno de los elementos disponibles corría a llenarlo con premura. El agua sube, el lodo se derrama, el humo se apura a dirigirse hacia el agujero: nada debe quedar vacío. El vacío, la nada, la no-naturaleza... cuestiones impensables y casi impúdicas.
El simpático de Aristóteles sostenía firmemente esta concepción. El agua sube por un tubo porque la Naturaleza aborrece el vacío. Miren ustedes qué facil era asignarle a una entidad superior una especie de fobia general que servía para explicar fenónemos físicos complicados (ya lo he dicho...el tipo tuvo la suerte de empezar a filosofar en una época donde todo estaba por verse...)
La expresión "Horror Vacui" se aplicó también al arte, sobre todo a determinadas manifestaciones que parece que no pueden descansar hasta que no ven la superficie de su obra maestra totalmente recubierta de lo que sea: trazos, líneas, figuras, letras, manchas...lo que sea menos el vacío.

Las teselaciones enigmáticas de M. Escher son un buen ejemplo al paso. Las figuras enlazadas en geométrica belleza del arte islámico, otro.
Más aun! He leido por aqui que ese afán casi enfermo de todo ambiente "culturizado" de tener un fondo musical no es otra cosa que una cara más del Horror Vacui, esta vez frente a la contundencia rabiosa del silencio.
Asi también los poetas, periodistas, escritores variopintos y acaso los recién llegados bloggers describen un sentimiento ciertamente emparentado con el Horror Vacui frente a la página en blanco.

C´mon: mueve los dedos, escribe algo, sé ingenioso, ingeniosa, echa mano de tus recuerdos de infancia (qué importa que a nadie le resulten interesantes, es una manera de destilar tu alma en lento goteo de exposición infame). Si nada de esto funciona: a copiar y pegar. Para eso hay millones de usuarios derrochando sus horas en la Red. Ellos te pueden dar la inspiración, la pista, la foto conmovedora, la cita que andabas buscando para tu glosa.
Y que tenga una justa medida. Muy largo: desalienta a los comentaristas (o lectores, o fieles)
Muy breve: será juzgado por los ojos censores de los que buscan aplicar la vara del adagio "lo bueno, si breve, dos veces bueno".
Sin fotos: aburre. Solo fotos: superfluo.
Con alusiones personales: críptico. Sin alusiones personales: falto de compromiso.

Che...con tantas pretensiones creo que termino sintiendo un tierno candor por el vacío. Le busco explicaciones, le encuentro utilidades. Lo siento en su trono, le acomodo la coronita de nada, le doy el espacio que se merece (¡caracho! ¡que endemoniada paradoja!)

¡Pero si es totalmente cierto! Me lo explicó -mediatizado por una revista infantil- el admirable Leonardo Moledo. Él dijo que para imaginarnos un átomo, la pieza más chiquita entre las chiquiteces que nos permite pensar la ciencia, usáramos la metáfora de una cancha de fútbol.
Pongamos, por caso: la cancha de Boca. Toda la Bombonera es un sólo átomo: el núcleo del átomo tendría el tamaño de una nuez, en el centro de la cancha. Perdida, ahí. Los electrones, en comparación medirían como finísimos granitos de sal (¡de sal fina!) desperdigados por las butacas de la tercera bandeja.

¿Y el resto?

El resto....vacío, mis queridos. Un átomo es, ante todo, un enorme espacio vacío. De esos globos llenos de nada con nueces lejanas y motitas de sal fina flotando a muchísima distancia, están hechas todas las cosas, todas.
Por eso es tan aterrador pensar en un arma que desguace cada átomo concentrando sus diminutas partes en un miserable montoncito. No sé qué podría pasar si de golpe, la cancha de Boca se comprimiera al tamaño de una nuez. (aparte del festejo de las gallinas, digo, se me caen en cascadas las terribles consecuencias, las arrasadoras consecuencias de compresiones tales)
La Naturaleza no ostenta ningún horror al vacío, es el hombre quien teme. Y porque teme, siembra confusión.
Ay, si el señor Moledo pudiera plantarse en cadena nacional y explicarles a todos el por qué es necesario el vacío del átomo...y el cómo todas pero todísimas las cosas están "llenas de vacío"....
Y cuando digo todas pienso: Incluso la uña de mi índice que golpea la tecla Enter. Incluso la tecla Enter. Incluso el humito de mi té de menta.

Incluso tus ojos, lector impío, que han llegado por ventura hasta este punto, para enterarse por fin que el Horror Vacui es una tremenda paparruchada.
Cuando la inspiración de las palabras huye cobardemente, no hay nada tan placentero para un domingo de frío como juguetear con chirimbolos tecnológicos. Bah, bueno...cada uno se divierte a solas con lo que tiene más a mano. (Dios! Me hace falta un buen libro!! Necesito recomendaciones y/o préstamos de gente confiable..)






Algún día se hará justicia en el mundo y las maestras de primaria serán sentenciadas a realizar ellas mismas las tareas descabelladas que a veces les imponen a sus alumnos.

Recortar las letritas inmundas de los diarios y formar ¡quince! palabras con tal regla ortográfica.
Escribir secuencias numéricas interminables, para adelante, para atrás, de 2 en 2, de 4 en 4...
Hacer maquetas del sistema solar, del ciclo del agua, de la plaza del barrio, del volcán...
En resumen: que en un buen número de casos, somos las madres quienes terminamos resolviendo los intrincados vericuetos de los deseos de las "seños", para ayudar a nuestros retoños a llevar hecho aquello que las docentes habrán imaginado o fabulado.

En ese plan, ayudo a Pato quien, en equipo con su amigo Dimas, preparan unas láminas con la vida de San Martín. Recortamos, pegamos, bajamos de Internet, pintamos uniformes de granaderos, armamos un mapa enorme de Sudamerica sobre telgopor, a fin de que sea más "visual" el recorrido de Don José por los protopaises de aquellos días.

A la hora de irse a dormir, Pato se sincera, y casi pidiendome disculpas, afirma: "Má...sabés qué? Yo mañana no voy a llevar al cole el trabajo de San Martín..."
Me sorprende la idea, después de una tarde entera de domingo dedicada a ello. Le pregunto por qué, sin atinar a imaginarme un motivo.
Y dice: "Mi amigo tiene problemas para estudiar cosas largas. Me dijo que para mañana él no va a llegar a estudiar todo esto. Si no llevamos el trabajo, nos pueden dar un día más..."
"Pero -intervengo, aun sin entender por completo- si no lo llevan, también corren el riesgo de sacarse los dos una mala nota, por no cumplir..."
"Y bueno" dice. Espera que yo entienda. Como no entiendo, añade:
"Si nos sacamos los dos mala nota...mala suerte. Pero si trabajamos en equipo... el equipo se tiene que ayudar."

Me dieron ganas de inaugurarle un boletín sui generis donde poner las calificaciones por sus buenas ideas, por sus buenos sentimientos. Pensé qué tanto mejor sería el mundo, el trabajo, la política...si entendiéramos algo tan simple como que es más importante bancar a un amigo en problemas que rasguñar una aprobación sobre la base del egoísmo y el sálvese quien pueda.
...Y dice que se deprime!
Seré tan escalofriantemente melanco?
Será que me salen mas poéticos los momentos tristes, y en los alegres me dedico a gozar sin tanto preambulo?

Bueno, como sea: para que esboce una sonrisa al entrar a mi blog, va una linda señorita.
Bueno, no tal linda.
Tiene una cara que facilmente competiría para el casting de Rocky XXVIII:

Pero nadie le mira la cara sino EL BOLSO ...me equivoqué?.

A su salud, colega. Enjoy.
Allá lejos, lejos en el tiempo, los mayores nos decían que teníamos angeles de la guarda.
Que los invocáramos cuando sintiéramos temor o angustia, que pidiéramos su protección en las oraciones de la noche. Que si algún peligro acechaba recitáramos como una letanía eso de "Angel de la Guarda, / dulce compañía, / no me desampares /ni de noche ni de día"

Yo lo hacía. Seguí haciéndolo por mucho tiempo, aun cuando las sombras de la razón habían roído las comisuras de la inocencia. Me trepaba a esa música sin cadencia, a esa repetición acompasada, a esa necia hipnosis. Angel de la Guarda, dulce compañía... Angel de la Guarda, dulce compañía... los cuatro versos enlazados me mecían en un sopor sin pensamientos.

Después, una se olvida. Los fantasmas son otros, los miedos se renuevan. Ya no se trata de calles en sombras, ni de agrios presentimientos, ni de penas adolescentes. Los dolores encarnan, asumen formas más concretas.

O tal vez aprendemos, como todo. Los reconocemos antes de que maduren, los vemos venir, los esperamos a la vuelta de una acción determinada. Sabemos dónde encontrarlos. Sabemos dónde recalan, por cuánto tiempo, con qué otros sentimientos de mayor o menor valía se suelen asociar, los muy astutos.

Sabiendo todo eso, no nos cuidamos mejor de algunas penas y pesares. Sabiendo casi el mapa de ruta y el itinerario de algunos errores frecuentes, volvemos a cometerlos. Bastaría cambiar ciertas fechas, algún que otro nombre, y la historia se vería peligrosamente reiterada.

Por suerte, a veces, aparece mi Angel de la Guarda camuflado. Usa las bocas de los amigos para mandarme una señal. Usa sus brazos para abrazarme. Usa sus suéters para abrigarme cuando el viento cambia inesperadamente y se vuelve helado. Usa las risas de mis hijos para sacudir el polvillo de mi mente y lanzar un picante "¡despertate!"

Yo sé que mi Angel de la Guarda es incansable, callejero, piola, no tan angelical en ocasiones. Mañero e irreverente, inexplicable... un espíritu libre.

Y si será metido que ayer mismo, cuando Charly me saludaba se interpuso, se adueñó del saludo, le hizo decir la frase del inicio: "Chau, Angelito...cuidamela bien a Vera"

El título es una afirmación de Henry Thoreau, el que se volvió ermitaño como una experiencia acerca de la posibilidad humana de vivir con lo mínimo, de reducir el lujo a cero, de explorar la moral y la naturaleza de los hombres, volviendo a los bosques, volviendo a la esencia de lo humano.

"Debemos aprender a volvernos a despertar, y a mantenernos despiertos, no con ayuda mecánica, sino por medio de una infinita espera de la aurora, que no nos abandone en nuestro sueño más profundo." dice Thoreau

Escuché por primera vez el nombre de este escritor en boca de un maestro muy querido para mí, Eduardo.
Cuando me dí cuenta un poco de cómo era su estilo, encontré dos puntos fuertes: Eduardo amaba la música y los lenguajes constructivos en la computadora. Fue la segunda persona que me enseñó a "pensar en Logo".

Daba sus clases con una amarga convicción: nadie heredaría el fuego de su pasión.

Tenía entre sus alumnos de esos años a personas de edades y clases muy diferentes entre sí. Algunas estaban allí por snobismo, otros porque pensaban obtener beneficios económicos relativamente rápidos, otros (como yo) movidos por una curiosidad insoportable.

Eduardo explicaba con un tono de voz grave y relajado, pero se apuraba con los ejemplos, se impacientaba con los que hacían trampa, pero se detenía a veces en un remate original, en una vuelta de tuerca inesperada, disfrutando cuando sentía que el logro del alumno tenía una clara inspiración en las sugerencias del maestro.

De Eduardo aprendí mucho más que a programar en Logo. Lo que supe hacer de programación, en todo caso, me ha servido luego de "colchón" para aprender a pensar y resolver cuestiones de la más variada índole. Pero sin duda alguna, han sido otras las enseñanzas que me hacen recordar a Eduardo como un referente importante.

Recuerdo cómo preparó una pieza musical para ejecutarla "a dúo" con un programa de computadora y su flauta traversa. Recuerdo cómo defendió su derecho a tocar la pieza completa en el auditorio de un congreso, mientras un locutor mala onda y eficientista decía por los parlantes que el tiempo se había agotado.

Recuerdo haber cruzado con él alguna mirada de complicidad en medio de un grupo de mujeres presumidas. Ninguno de los dos juzgaba, pero sé bien lo que sus ojos decían. Sé que no me medía a mí con la misma vara.

Recuerdo que le costaba mucho ser cariñoso con los alumnos, (supongo, no lo sé, que la proximidad física lo hacía sentir incómodo). No obstante eso, un día, al finalizar un curso, accedió a ponerse mi collar de flores de papel, mientras decía "vos sos...una perla dorada"
Rarísimo...una perla dorada... Creo que quiso decirme que era una alumna especial, ese granito de arena que incomoda pero termina nacarándose y volviéndose algo bonito.

Recuerdo que por Eduardo conocí a Thoreau, y que fue leyendo Walden cuando comprendí de una manera más profunda la retórica de su pregunta "Hemos perfeccionado los medios. ¿Pero acaso también perfeccionamos los fines?"

Yo no fui tan drástica, no necesité irme a los bosques, no hube de reducir a tres las sillas de mi casa, como lo hizo él. Pero sí que quise -quiero- vivir mi vida deliberadamente, con plena consciencia.
Aprendí que honrar los buenos recuerdos es una manera interesante y gratuita de revivir. Volver a despertar, vivir despiertos, lúcidos, reverentes.

Estar ahí cuando sale el sol.

Gracias, Eduardo, por las cosas pequeñas que me enseñaste hace tantos años. Gracias por esa frase, por haber pensado bien de mí. Nobleza obliga. De nada, che.

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