Un amigo me hizo notar esto: que la música que estuvo con nosotros en el pasado (en la infancia, la adolescencia, en los años borrosos de los albores) sigue estando allí. Acurrucadita, quizás. Doblada en 4, en 8, en 23 pliegues. Pero está.
Basta que se froten un poquitín las cuerdas de la memoria con el arco adecuado, y la música guardada, increíblemente, estupendamente, graciosamente, empieza a asomársenos por los labios y de pronto, sin pensar, nos encontramos jugando karaoke con los acordes guardados.
De pronto una frase sale de un tirón, fresca como el rocío, sorprendiéndonos hasta a nosotros, porque no teníamos registro de sabérnosla...
Y enganchada a la canción, al ritmo, al fraseo cadencioso, hacen su aparición en escena otros recuerdos: dónde la escuchábamos, quién nos la cantaba, qué color de ropa se usaba cuando ese tema saturaba la radio, qué sabores, qué fragancias, qué emociones tienen de fondo esa misma tonada.
Sospecho que cuando somos chicos gozamos de la impunidad de declarar gustos musicales ordinarios o mixturados. No nos juzgan, nos "disculpan" la falta de buen criterio, que ya tendremos tiempo de crecer y declarar gustos culturales políticamente correctos. En esa licencia para el eclecticismo una se aprendía las canciones de Rubén Matos y las de Mercedes Sosa con entusiasmo parejo. Los cantitos cuajados de trivialidad que nos enseñaban en la escuela y los discos que tenían mis viejos, los remixados de clásica de Waldo de los Ríos, las canciones chillonas de radio colonia a las 3 de la tarde...
Me gusta la música para cantarla casi tanto como para bailarla. Estuve confirmando la teoría de mi querido amigo, y, al menos en mi caso, es tremendamente certera: la canción empieza y me encuentra cantándola, aunque falten fragmentos, aunque por momentos baje el volumen y el hilo parezca que se corta.
Por ejemplo esta zambita:
Estuve esperando unos días para poder cantarla con mi propia voz, y grabarla aquí. Pero me tiene a maltraer la tos... y como las versiones que encontré por ahí no son como ya la recuerdo...he de esperar a que la tos me abandone (si estuviese en el tiempo histórico propicio hablaría de una posesión....!)y me daré el gusto de cantarla, tal como me la dicta la memoria.
Por ahora, escribo una partecita:

"Déjame soñar contigo en esta noche
quiero yo encender luceros en el cielo
para grabar tu nombre en cada estrella
para gritar lo mucho que te quiero
Cuando llegue el día hallarte aquí a mi lado...
Déjame soñar ¡yo sé que esto no es cierto!
Porque lo cierto apenas son instantes...
vivir de sueños es lo verdadero"

La canto de nuevo, con mi voz ahora ronca y bien bajita, me veo como en una película berreta, sentada a la sombra del roble de la casa vecina, escribiendo en mi cuaderno Arte, o garabateando dibujitos, soñando dulces futuros. El recuerdo irrumpe con un borboteo de anzuelos desafilados, que arrastran hacia la superficie flecos aleteantes de vida, torsión de un hilo que tensa las paredes rojas y obedientes de mi corazón...
La extraña memoria que reflotó esa zamba me quiere convencer de que lo cierto apenas son instantes, vivir de sueños es lo verdadero

Esta canción la escuché en las vacaciones. Creo, se le escuché cantar a Zanelli, en el hostel.
Sólo alcancé a quedarme con un pedacito de letra en la memoria... el inicio del estribillo.
"Presente de um beija flor" se traduce como "Regalo de un colibrí". Hoy la cantó en mis auriculares, con voz suave y cariñosa, Paulo.

Paulo, el viajero de los cielos. Paulo que se improvisa a sí mismo como resignado corrector de mi portugués apestado de argentinidad. Me hizo este regalo, y el de su compañía a través del hilo de su voz, luego de sus consejos sintetizados en breves sentencias de chat.

Pensándolo bien, la conversación que me espantó fantasmas fue mi regalo, mi presente. Paulo lo depositó en mi bandeja de entrada. Esta noche le ha tocado pilotear un colibrí.

Luces sin pestañas, que pestañean.
Ranas que cantan a fragmentos, atragantadas de la propia humedad que celebran.
Tamborileos de dedos afiebrados que pierden el ritmo. Y lo retoman. Y lo pierden. Y lo retoman. Intermitentemente. A los saltos.
Puedo.
No puedo.
Puedo.
No quiero.
Quiero.
No puedo.
Ando intermitente, como poniendo luz de giro todo el tiempo, en una curva infinita que se enrosca sobre sí misma, en una loca espiral.
Ahora me tocaron tres días de cama, gripe, ensoñación, dulce confusión de los sueños con la realidad, eso de despertarte y mirate las manos para ver si siguen iguales, porque en el sueño aparecían marcadas con raros signos...eso de abrir los ojos en la oscuridad y que te tome varios minutos reconocer tu cama, esta cama, esta casa, porque venía de un estado onírico en el que mi cuerpo se columpiaba en una hamaca tendida al sol, quién sabe dónde... ese fundido tiempoespacio que amasa nuestra mente entre la fiebre y los recuerdos...
Levanto la vista entre brumas de congestión: llueve.
La tarde (¿o la mañana?) se ve a través de mi cortina blanca como un tul raído, perforado de gotas que porfían, se aglomeran....caen... pluc...pluc... intermitentes también, en el vidrio benefactor que me separa del frío.
Llueve. Maldita tristeza de lluvia, además.
"Siempre que te echan de tu casa, llueve" dice Galeano, que dicen los pibes sin techo.
Pero en honor del interruptus/proseguiptus (naaa....no sé latín,estoy inventando) tengo una esperanza sin fundamentos de que mañana salga esplendoroso el sol.
Que tenga tiempo para bloggear a gusto.
Que me enamore del tipo correcto (correcto para mi corazón, no para mi economía, ni para la desprestigiada opinión pública de la familia)
Que me salgan las cuentas.
Que las luces sin pestañas, no pestañeen.

Que no me sienta fuera de mi ambiente, en ningún ambiente.
Que no me ganen la pulseada los fantasmas.
Que sea un día de amorosa pre primavera.

O que llueva, pero que no me echen de mi casa.

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