Cayó helada

12:53 a. m. | 2 Comments

El piso crujía cuando salí para mi trabajo hoy. El aire estaba claro, los rayos del sol del amanecer alumbraban sin calentar. Desde chica, me fascina y me produce una rara sensación doble ver un manto blanco de escarcha sobre los pastitos, las veredas, los alambres.
Froté mis manos, dentro de mis guantes, dentro de mis bolsillos, mientras dejaba escapar una bocanada de aliento tibio, que la mañana contorneó de blanco.
Millones de mosaicos de hielo, un campito brillante e inmaculado de escarcha, se quebraba en bajo mis pasos, con un ruido a caramelo de confitura. La parte linda.

Después, a poco de andar, ví también bajo la copa de un árbol casi sin hojas, a un mendigo tratando de calentarse las manos en un fueguito de nada. Se frotaba, se cruzaba de brazos, se ponía en cuclilllas, se volvía a frotar. "Encima cayó helada" repetía.
La parte que dolió.

Con un mundo tan grande, tan variado, tan abundante... es inconcebible, irracional, suicida que haya seres humanos que padezcan algo tan evitable como la falta de abrigo.
Escarcha...hiela... caen cristales de agua helada sobre la consciencia de la Humanidad.
Se lo robé al sr Lexo de su blog.
Ya que fue afortunado de encontrarlo, espero que no se moleste porque le copio la onda.
A gozar.



Como está en inglés y subtitulado en portugués, yo le hice un translation feroz del portugués al "argentino". Era medio largo, lo subí en otro lado. Pero si lo quieren leer tranquis, está aquí mismo.

  • El portero del edificio donde trabajo hace 6 días se sabe mi nombre.
  • En el bolsillo de atrás del jean, un billete lavadito de $10.
  • El reloj adelantaba 5 minutos: ah, me los quedo en la cama calentita...
  • Llego a casa y el mate ya está listo, esperandome..
  • Mercedes me autoriza a comer chocolate, sin culpa. Un pequeño orgasmo, asegura.
  • Julio me lee uno de sus textos que más me encanta. Se le patina la "r", disculpenlo, demasiados inviernos en París.
  • La cama limpia, fragante, tibia: quiero dormir sin interrupciones, quiero abrazarla. Ella crea el clima para que yo sueñe.
"El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal."

Como suele suceder -al menos, a mí me pasa- cuando uno busca una cosa en la Red acaba encontrando otras. Parecidas, emparentadas, diametralmente opuestas, qué se yo.
El caso es que me topé con el decálogo de los derechos del lector de Daniel Pennac. Luego con fragmentos de su libro "Como una novela". Lindos fragmentos.

Me detuve a pensar en las emociones que a veces me suscita una buena lectura, ese momento de acomodar las almohadas, la luz brillante, el libro abierto en la página marcada, el reencuentro con la historia, con los personajes, con la trama que quedó suspendida...
Hace unos días hablando con Chechu, no se de dónde, llegamos al punto en que ella me decía que en la prehistoria las imágenes no se usaban en el mismo sentido de la escritura, que fue mucho después, que marcó esa tendencia que señala Pennac, la certeza de saberse mortal,y por tanto, la necesidad de dejar un testimonio de uno mismo. Las imágenes de las cavernas, esas conmovedoras pinturas de cacerías, de rituales, esos retazos atrapados de vida cotidiana de esos remotos tiempos de sobrevivir para contarlo al día siguiente...fueron desesperados intentos, creo yo, de capturar lo sagrado, de plasmar lo efímero de la vida humana, su precariedad, su peligroso destino...

Un individuo sometido a la presión de tener que sobrevivir a un mundo efectivamente hostil me imagino que no encontraba tiempo concreto para inventar tan siquiera la escritura.

Daniel lo describe bellamente cuando aclara:

"El tiempo de leer, como el tiempo de amar, expanden el tiempo de vivir.
Si tuviésemos que enfrentar el amor desde el punto de vista de nuestra agenda, ¿quién se arriesgaría a ello? ¿Quién tiene tiempo para estar enamorado? Y sin embargo, ¿alguien ha visto alguna vez a un enamorado que no se tome el tiempo de amar?
Yo nunca he tenido tiempo para leer, pero nada, jamás, ha podido impedirme terminar una novela que amara."

Aunque contradice mi hipótesis cuando nos previene:

"La lectura no tiene que ver con la organización social del tiempo; es una manera de ser, como el amor."

También sé que hay quienes afirman que uno escribe porque ha leido, tal como afirmó el mismo Jorge Luis: "Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído".
No me considero una buena lectora, me he salteado los clásicos más hiperclásicos con total desparpajo, y en cambio, cuando sopló el viento, me puse a leer cualquier papel que cayó en mis manos (o en mi escritorio...cualquiera de los dos...).

Me reconcilia con la literatura el decálogo del Sr Pennac (el comandante Torta Frita argumentaría que porque soy irremediablemente afrancesada) y me excusa de no haber leido a Tolstoi y de no haber disfrutado al Mio Cid.

Me dio un nuevo sentido para seguir, tozudamente, tercamente, con este modesto blog.
Escribo porque soy mortal.
Cuando yo ya no esté, en el cyberespacio estarán algunas de mis torpes huellas, en una mesa lejana, una hoja con mis letras impresas, en la etiqueta de un regalo, una combinación de frases que tipeé desde este mismo teclado, con estos dedos que tiemblan, con este corazón que desborda.
la tierra desde la luna. NASA


"Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la Luna
y desde arriba fusilaré
al mundo,
suavemente,

para que esto cambie de una vez"


(Causa escalofríos saberse en la mira)

Alternativas

1:39 a. m. | 4 Comments

Son dos cosas que se pueden hacer con el Amor:

El Amor se puede DAR o RECIBIR.

Bueno, tres: dar, recibir, dar y recibir.


Es bastante fácil: o lo das o te lo dan a vos.

Si te lo piden, ya no es Amor.

Si lo tenés que mendigar, ya no es Amor.


(Es otra cosa, todavía no descubrí cómo llamarla...)

Customizados

12:12 p. m. | 4 Comments

  • Dicen que el tipo parecía un vendedor de los de "llame ya" ofreciendo su producto (la laptop de juguete para niños tercermundanos). Que entre las bellezas y ventajas ofrecidas, destacaba con acento indefiniblemente centroamericano la posibilidad de que cada niño "customizara" su laptop agregándole stickers, etiquetas con sus nombres, adornos, Bla. "Customizadas" tenían otro valor, el valor de la personalización del objeto, supongo.
  • Una peli de esas que auguran negros porvenires. Los seres humanos controlados por sistemas tecnológicos avanzados que registran la identidad por reconocimiento del iris. El protagonista se esconde de esa policía aterradora cambiándose los ojos en un dudoso consultorio clandestino. Cuando sale a la calle los carteles de publicidad lo saludan: "¿Quiere comprar esto, señor Fukuyama?" "Fukuyama!" se queja el ilegal "Maldito, me dio los ojos de un japonés!"(Amigos cinéfilos...¿me ayudan con esta película? ¿Cuál podría ser?)

  • Mi e-mail dice "hola, VeRa". Los archivos que genero le llegan a otros con el añadido de "Hecho por Vera Rex". La carta del gerente del banco ofreciéndome un préstamo viene con mis dos nombres y entra sin dudar por debajo de mi puerta. Estoy "customizada", me digo...
Personalizado, configurable, individualizado, antón pirulero, cada cual atiende su juego. Que de a poco se perfeccionarán los sistemas de seguimiento, control, reconocimiento por la voz, por las huellas dactilares, por el adn, por el aura....ma qué se yo! Vaticinan un futuro donde los grupos se cohesionan detrás de un nombre, una marca de estilo, un sello de originalidad.

Y... qué quieren que les diga: a mí no me convence. Me parece más bien un síntoma de despersonalización que de lo contrario. Cualquier cristiano que aprendió a combinar correspondencia en Word es capaz de redactar una carta íntima y cálida y mandársela a sus treinta y ocho amigos, cambiando apenas el nombre, el apodo, la dirección de mail... Es trampa, no hizo un esfuerzo especial por cada uno, solo "customizó" un modelo.
Los artilugios comerciales de la película (cuyo nombre es...capa a mi memoria) no conocían al señor Fukuyama. De hecho ni se enteraban de que el tipo se había robado malamente la "marca" del finado Fukuyama para sobrevivir en un mundo tiranizado por sistemas de vigilancia feroz.

La página de Yahoo no me conoce, sólo se apega a un código de unos y ceros, para horror y delicia de los hackers. Una laptop con figuritas de Patoruzú no se vuelve más argentina, un sujeto no se despega del resto porque muchos sepan su nombre.
Yo creo que la auténtica personalización, el auténtico "volverse persona" (persona= per sé = por sí mismo) ocurre , como tantas otras cosas trascendentes y fuertes, con la llegada del Amor. Ayer escuché una frase que decía que nada te individualiza tanto como el Amor, pues es gracias a ese Amor que uno se convierte en especial, único, indivisible e irreemplazable para alguien.
El amor hace que reconozca la voz de mi hijo en medio de un coro de niños peligrosamente parecidos a él. El amor me permite individualizar un trabajo de arte de mi hija, no sé, por una letra que ella hace, por el globito de la "i".  El amor dispara en mi mente una catarata de luces y me permite reconocer a la amiga que no vi por 20 años y le permite a ella acordarse del nombre de mis golosinas preferidas. El amor mantiene en la memoria de mi vieja el peso y medida de cada uno de sus cuatro hijos, y ahora, de cada uno de sus siete nietos.
No hay, no habrá jamás de los jamases, tecnología de reconocimento capaz de tales hazañas.
El amor te customiza, nene. Que no se te olviden las cosas fundamentales. ;)
Así se conoce al famosísimo discurso de Luther King. I have a dream.
Creo que él, al pronunciar ese discurso, se hizo dueño del sueño y a la vez lo repartió, como una naranja de miles y millones de jugosos gajos, en las mentes de otros tantos soñadores o descreidos.


Mi abuela decía que un sueño feo no hay que contarlo en ayunas, porque en una de esas, se cumple. Sobre un sueño lindo, no me dejó instrucciones.
Pero creo que seguí mis propias reglas... que no tienen nada de reglas.
Mis sueños se esparcen por dondequiera que voy. Tardo poco en liberarlos. Cuando ocupo un nuevo espacio, en vez de plantar bandera poniendo mi foto y un pisapapeles personalizado, echo a rodar mis buenos sueños.


Todos los conocen al poco tiempo y nunca falta el horoscopero que sentencia "y claro, porque sos de piscis" Pero no, che, qué tiene que ver...hay gente de piscis que se contenta con ganar la lotería, y gente de escorpio, de sagitario, de tauro que comparte mi tendencia a soñar y hasta la supera.
No puedo asegurar que no se sufre por el naufragio de algunos sueños atesorados. Son laceraciones íntimas, dejan cicatrices, tardan en sanar.

Creo que Martin Luther King fue inclusivo y preclaro: él tenía en su discurso -atrapado- un sueño que miles de personas compartían ya.
Ese talento no me sale con mis modestas fantasías y anhelos. Tengo dos o tres (quizás hasta cuatro) sueños tontos que se niegan a volverse verdad. Tal vez por eso mismo: porque cuando sean hechos y no suspiros, se habrá aniquilado su magia.
Me ha pasado infinidad de veces cruzarme en el momento más oportuno con un aviso, un recordatorio, una señal que está delante de mis ojos, emparentada con mis sueños. Alguien dice una palabra, miro una etiqueta que me advierte de algo, el nombre del mozo lleva la letra buscada, suena una canción que me despierta...
Así también me pasa que encuentro, por decenas ya, tréboles de cuatro hojas mientras hay gente que me asegura que jamás en la vida dio con uno. (No importa, de todas maneras, no ha aumentado mi buena suerte, o sea que el método trébol es una falacia, amigos)


Esta imagen la topé en una carpeta de algun usuario de Flickr. Me pegó en el ojo, como digo a veces, porque es una imagen que vi, en vivo, en una madrugada de Buenos Aires, desde una vereda. Aún estaba envuelta en el cálido vaho del café molido, mal dormida, con frío en las manos y en los labios, ante el presagio de una pérdida confirmada. Era ese instante en que lucho conmigo misma para no llorar, y lloro igual, con más pena aún, con rabia por no saber vender más cara mi dignidad.
Me acuerdo del sol saliendo, y esa luz blanca me hizo alzar la vista. Increiblemente, vi esta cúpula. Extraña, recargada, fuera de contexto. Como un retazo de Gaudí en pleno congreso.
Con mayor sorpresa leí, dando vuelta casi por completo a la esquina, una frase en catalán, que una mano puso allí para que ese día yo pudiese leerla.


"NO HI HA SOMNIS IMPOSSIBLES"
Yo le creí, necesitaba hacerlo, me volví más soñadora acaso, más combatiente, menos estúpida.Tengo un sueño. Dos sueños. Veinticinco sueños. Voy tras ellos en alegre y dulce desorden, los dejo sueltos, para que crezcan, se reproduzcan, se transfiguren. No hi ha somnis impossibles.
Escuchá:


"Amada: supón que me voy lejos...
Tan lejos, que olvidaré mi nombre.
Amada, quizás soy otro hombre
más alto y menos viejo
que espera por sí mismo"



¿Qué tan lejos llega el espíritu de alguien para olvidar su propio nombre?
¿Cuánto debe estirarse la cáscara del corazón para que éste crezca dentro del pecho?
¿Cuánto, para volverse uno más alto, menos viejo?
¿Qué sonoro maestro dicta la carta que nuestras manos temblorosas dejarán en la mesa, antes de partir del todo?
¿Cómo se verá el sol del siguiente día desde la profundidad del dulce abismo?
¿Qué recuerdo feliz vendrá a torcer sobre nuestros labios una sonrisa?
¿Cuánto dura la espera por sí mismo? ¿Hay sala de espera? ¿Y de esperanza?

Supón que me voy lejos. Tan lejos, que olvidaré mi nombre.
¿Extrañarás mi sabor alguna vez en tu semisueño? ¿Serás por algún tiempo un vagabundo del reino de las palabras, tras la huella inasible y volátil de mis antiguos versos?
Supón que me voy lejos:
¿Tomarás un pensamiento, eligiéndolo como a una rosa fragante dentro de un ramo?
¿Lo sembrarás en la memoria de alguien, como homenaje?
¿Murmurarás a mi salud en un brindis?
¿Verás en otros rostros, algo que vagamente nostalgie el rostro mío?
¿Qué señal deberé buscar en el viento para saber que me extrañas un tantito así?
Quizás antes me sucediera menos. Quizás se me pasaba inadvertido.

Pero ahora... diablos! con qué frecuencia se producen entre mi interlocutor y yo esos dudosos momentos, en los que ninguno de los dos sabe qué palabra será buena para profanar el silencio.
Se puede probar con un anodino "bueno..." y muchas veces se precipita el cierre de la charla con un salomónico "en fin"

¿Con qué personas molesta ese vacío de voces? Voy a pensar...Ciertamente, no con algunos amigos. Los que pueden soportar mi compañía en silencio. Los que se contentan con hacerme saber que simplemente están ahí.
Una mano, una oreja, un hombro curtido de sollozos.
Algunas ocasiones he tenido yo también de ser esa presencia. En esos casos basta la simple advertencia amigable: "No hace falta que digas nada. No hace falta tampoco que me escuches. Solo que tengas presente: estoy aquí"
Es dificil, casi insufrible, en algunas circunstancias, ese instante del doble silencio...

Uno ruega que Dios, si acaso existe, y si acaso se ocupa de tan insignificantes menesteres, ponga en los labios una idea sabia, una seguidilla de sílabas que formen una frase digna.

Una tradición (creo, es mas que una tradición, un consuelo) dice que cuando se produce un silencio entre dos, es que ha pasado un ángel.

El ángel deja su estela de fría suavidad, de dulce penumbra de estrellas, un estremecimiento que puede llegar a erizar la piel. Después de que pasa el ángel, es aún más complejo pronunciar algo que realmente no sobre.

Mi sobrino dice que ha descubierto una palabra que le permite avanzar en cualquier conversación trunca. No importa si solo es un subterfugio para ir pensando en cómo seguir después. Él me pasó este truco con la generosidad de los niños, típica de quien ignora que está regalando un tesoro.

Dice que en esos instantes de no saber qué decir, solo pronuncia una pregunta , variando la entonación según el matiz de la charla previa:

"¿por qué?"

Así es: un servicio de ayuda para decirle a alguien que odiamos que no queremos volver a ver ni su sombra por nuestro jardín.
Lo dice Paquita, con música y todo: "...rata de dos patas, te estoy hablando a ti..."
Jajaja!! Me causó gracia, si, si.
...y mi confianza no se cuestionaba nada
Cuando el mundo era un sitio seguro, simplemente así...
Cuando lo que decían los grandes era siempre verdad, por eso uno preguntaba...
Cuando no sabía que no podía...

ENTONCES, PODIA TODO

Aún no me habían dicho que los ángeles no existían, será por eso que yo andaba con ellos, a los tumbos, a las risas.

(Algunas tardes, los extraño un poco.)
Composición ingenua

En este pueblo vivía una mujer que amaba las fragantes sustancias. Con paciencia y sabia dedicación, había experimentado hasta convertirse en una experta perfumista.
No comerciaba con su talento, pues consideraba degradante obtener dinero por una tarea que le causaba estricto placer.
La mujer de los perfumes había conseguido elaborar uno especial para cada día de la semana. Los lunes, eran jazmines y caléndulas silvestres.
Los martes, el dulce y profundo musgo de roble.
Los miércoles era el turno de los hesperidios: limas, pomelos, mandarinas rotundas y definidas.
Los jueves, el día de los aromas ahumados de maderas y cueros, una reminiscencia de lo antiguo.
Los viernes la mezcla incluía fresia, loto, azucena, rosa y un magnético toque de almizcle.
Los sábados, sándalo y vainilla.
Los domingos, lirios y magnolias , y rojos pétalos de amapola.

Su perfume, intenso, envolvente, territorial, inundaba los espacios por los que ella transitaba día a día. La fragancia la precedía, y normalmente dejaba su impronta de frescura o inquietud al retirarse.
De manera que la gente del puebo empezó a administrar sus días por el perfume de la dama. El relente de maderas avisaba que ese día había estrenos en los cines.
Si uno amanecía con una sensación de pradera entrando por la ventana, se iba a misa.
Un día la perfumista decidió cambiar el orden de sus aromas. Aun siendo sábado, se bañó en su rocío de caléndula y jazmín.
Los panaderos del pueblo, sin dudar, bajaron sus persianas. Los niños acudieron a las escuelas. No hubo función de teatro ni cine de trasnoche.
El día siguiente, en lugar del esperado y sereno olor a bosque húmedo, la mujer impregnó sus pasos de una sutil frescura limonada.
Ese día, la confusión fue completa, incluso se formaron bandos opuestos. Hubo peleas, rabietas, argumentaciones.

La dama de los aromas se mudó del pueblo, desilusionada por tan poca tolerancia ante las innovaciones.

Golpea tus manos una contra otra -le aconsejó el vanidoso.

El principito aplaudió y el vanidoso le saludó modestamente levantando el sombrero

A los cinco minutos el principito se cansó con la monotonía de aquel juego.

-¿Qué hay que hacer para que el sombrero caiga? -preguntó el principito.

Pero el vanidoso no le oyó. Los vanidosos sólo oyen las alabanzas.

Hace muy poquito, en una charla telefónica, hubo quien me advirtió acerca de los peligros de los "comentadores" de blogs.

Esas gentes que usan tu espacio para decir algo ingenioso y aparentemente inocente, pero se encargan bien de pavonearse con las palabras, tanto como para capturar otras miradas, para conseguir un nuevo visitante ante quien sacudir el sombrero.

"Fijate" me decía "que se meten en todas partes con la misma pretendida actitud de sana curiosidad, pero si sos capaz de ver entre líneas, descubris facilmente que los mueve la vanidad. Escriben para exhibirse, para decir -aun sin decirlo- que también escriben, que también tienen su rosario de ideas que contar, que los visites, que les subas el handicap..."

Me sentí un poco avergonzada, pues reconozco que a veces he caído en ese truco. En general no lo hice con la intención de captar ovejas para mi rebaño. (Creo, ya lo dije hace pocos días, lo sostengo: no tengo tiempo para giladas, no tiendo atrapamoscas en los marcos de mis ventanas...)

Pero sí que algunas veces me fui de paseo por una cadena de blogs enlazados, en alguno he dejado mi marquita de caracteres, y sí, ciertamente: he tratado de ser ocurrente o simpática.
¿Acaso esa misma conducta es la que nos permite sobrevivir a la vida social moderna?
Me da mala espina pensar que fui sencillamente vanidosa.
¿Cómo encontrar el delgado equilibrio entre la vanidad y la autoestima?

Yo no nací rubia, ni de ojitos verdes, ni tengo una genética que me haya llevado más allá del metro cincuenta y cuatro. Si así hubiese sucedido... sería justo arrogarme algún mérito? (esto lo digo porque vivimos en esta sociedad donde el prototipo de rubia ojos claros es el summun de la beldad, nada más... me gustan mis ojos, me gusta mi estatura. No me quejo, diría mi hijo)
En cambio, no nací ocurrente ni sociable. De hecho en mi familia no hubieran apostado mucho a eso. Pasé por la infancia con la marca de la timidez en la frente. Algunas veces, pienso, era un sinónimo del miedo.
Entonces... en mi caso, lograr una escritura personal y fluida, escribir y comunicar emociones, reflexionar sobre detalles cotidianos y conseguir arrancarles una nota leve, levemente original...esos modestos triunfos los siento totalmente míos.
Digo: si escribo algo que me parece inteligente o conmovedor, o sutil o lindo... está mal disfrutarlo?
Esperar que a vos también te ilustre / conmueva/ asombre / guste ...es una cara de la vanidad?
Si una tiene, digamos, una percepción o una explicación que le parece de lo más astuta y creativa y la postea rodeándola de cuatro o cinco artilugios del lenguaje para que parezca casi brillante...es eso también vanidad?
Si entra por la noche a ver si hubo comentarios en ese post que nos pareció buenisimo...y sí! los hay! y una siente una rica alegría...una alegría casi tonta... ¿es eso vanidad?
Cuando escribo en lenguaje llano y amable una verdad que otros también habían pensado, y algunos de esos otros confirman, comentando por escrito, o en el MSN o por teléfono, lo acertado de mi pensamiento...la sonrisita que esbozan mis labios...¿es vanidad?

Ya hace unos años que merced a minuciosas y alpédicas observaciones Herni y yo hemos concluido que las moscas modernas ya no son lo que eran: para horror de los zoólogos, los molestos bichitos voladores, al ser aplastados, desparraman una sangre que te mancha de pintitas rosadas. Antes no. Antes simplemente se despatarraban con un scratch! como de celofán arruinado.

Algun día, alguien nos dará la razón: la sangre de las moscas ha mutado. Ese día..¿sentiremos vanidad? ¿O simple orgullo?

Quizás sólo nos miraremos con complicidad. "Jé. Recién se avivan estos" diremos con la mirada. Nada de presumir. Eso es para los que viven de los aplausos de incautos principitos.

Y es que tenemos la misma jodida sangre.
Que no es la de las moscas.
Aclaro, por si las moscas.



Las tres últimas líneas son robadas amablemente de una cartita que recibí de Hernán, no sé cuando, no sé por qué. Pero qué importa.
Precioso... me gustó mucho. Y para mayor placer, se llama "Grandes Esperanzas" ;)


(Lo vi en el blog de Mandarina Azul)
Hace unos años mi hermano, el viajero, estuvo en Cuba. Recuerdo que trajo muchos libros, mucha música, y sobre todo, muchas historias brevísimas, que casi no eran historias. Digamos: asombros.
Y uno de ellos le sucedió en la parada del "camello" (el transporte público de Cuba, un colectivo larguísimo tirado por un camión, tengo entendido).
Claro, si vas todo el tiempo de turista normalmente recordarás una visión anestesiada y controlada de todos los momentos. Habrá quienes prefieren eso, sobre gustos...
Pero si querés ver un poco el país "real", nada mejor que mezclarse con la gente real. Tomemos el colectivo.
La gente no se ordena en prolijas filas. Ni en desprolijas filas. Directamente, no se ordena en filas. Están todos desparramados, charlando o tomando fresco...haciendo tiempo (los camellos no pasan muy seguido) Así que se preguntó (mas bien afirmó): "Qué descontrol se debe armar cuando llega el colectivo...¿como hacen? todos se querran subir juntos...!"
En eso llega un jovencito flaco de sonrisa enorme. Se arrima y pregunta "¿Quién es el último?"
My brother tarda un instante. ¿El último...? Por suerte varios pasajeros atentos lo señalan: "Es él"
Flash! Me señalaron. Qué rayos pasa. ¿Hice algo infrecuente? Soy el último en llegar...y qué?
Antes de que más cuestionamientos se sigan disparando, una familia se suma a los que esperan. Surge otra vez la pregunta "¿Quién es el último?" El de la sonrisa gigante hace un gesto: "Soy yo"
La escena se repite 2, 3 veces más, hasta que llega por fin, el camello. Entonces el grupo desordenado se las arregla para ir subiendo por estricto orden de llegada: alcanza con saber después de quién te toca. Sorprendido turista argentino se queda pasmado por la simpleza del método y por el respeto que todos manejaron para poder aplicarlo.
A mí también me impresionó. Es, sin dudas, un bello ejemplo de que podríamos tratarnos con cortesía en las calles del mundo, aun siendo perfectos desconocidos.
También me impresionó la capacidad de observar y ser observados sin temer la censura del "¿¡Qué mirás?!"
Uno no tira la pregunta al aire y se hace el distraído: hay que mirar para saber quién me antecede, mirar bien. Hay que mirar a la gente que está ahí nomás, respirando tu aire.

(A partir de aqui... podrías poner de fondo a Sau)

No creo que se pueda aplicar en muchos lugares de nuestra benemérita civilizacion.
Entre las muchas pérdidas que le debemos a la vida de las grandes ciudades, la pérdida de la confianza en el otro es una de las más frecuentes. Si uno mira a un desconocido a los ojos, inmediatamente se dispara en el otro una señal de alarma.
Una sensación inquietante y difusa de que algo anda mal: o me quiere robar, o me quiere seducir, o me quiere traer del pasado reconociendo mi cara después de 25 años. Alguien me mira: cuidado.
A las nenas las vamos entrenando sutilmente para desviar la mirada, para no permitir que se genere el más minimo malentendido. No mires, no provoques.
A los pequeños, que miran con voracidad y libres de los diques con que los adultos tabicamos los ríos de nuestras reacciones y palabras, también les enseñamos la lección: "No mires al señor, no mires así al nene, no mires, que no te miren"
Se miran profundamente a los ojos los que entran en intimidad: los que se besan, los que quieren besarse, los que comparten otras proximidades.
En una reunión de trabajo, por ejemplo, fíjense que dificil es mantener la mirada en los ojos de un interlocutor. Uno va "paseando" el destino de la mirada, quizás para que nadie se sienta "atrapado" por la focalización de la atención.
Al presentarse a una entrevista, suelen recomendar justamente que miremos con atención y gesto atento al entrevistador. Y uno lo hace, porque se lo dijeron, porque necesita ser elegido, pero en el fondo se sufre una marcada incomodidad.
No en vano el gesto de bajar la vista se considera una señal de sumisión, o de vergüenza.
Y, como contrapartida, dicen que cuando uno hace un brindis debe mirar al otro directamente a los ojos en el momento del chin-chin. No hacerlo equivale a una maldición que no se la deseo a nadie...y que viene a confirmar una vez más la ligazón entre mirar y gozar, mirar y saborear, mirar e intimar...

Pucha, y yo que quiero mirar a los ojos...heme aquí, mirando en el fondo de la copa ese doble brillo, que parece la luz de unas pupilas brillantes y amorosas... pero no lo es.

Ya sé, haré caso a Sau: me beberé esa luz reflejada. Salud, buenas noches, mejores madrugadas.
Este post sugiere como música de fondo: clic aqui
ratitaEl cuento es sencillo:
Que habían puesto a dos ratas en un tanque cilíndrico a nadar, sin posibilidad de salirse por ningun lado. Que a los 15 minutos una de las dos se fue a pique, y la otra, la que siguió nadando, fue rescatada con una plataforma.

Que al día siguiente otra vez dos ratas, una de ellas la sobreviviente. De igual modo, su compañera de desventuras se dio por vencida y se hundió, mientras ésta, la rata memoriosa, seguía a toda patita batiendo el agua. Que cuando pareció agotada sin remedio, los experimentadores volvieron a salvarla. Pero esta vez, el roedor había resistido el ejercicio por casi dos horas.

Moraleja?
La rata había "aprendido" -sin duda por su experiencia anterior-, que había una chance de salvarse si conseguía continuar a flote. La opción era, pues, no dejar que el agua la cubriera.
Hay quienes han visto en este relato un paralelo con el humano sentimiento de la esperanza.
O con la sensación del ahogo inminente, también.

Ese escalofrío en la espalda del alma, en las vértebras del espíritu, cuando se sabe que el agua viene subiendo... Esa certeza de que algo hay que hacer: o levantar el cogote y ponerse en puntas de pie...y aguantar hasta donde se pueda... o meterle garra y nadar.
Los intérpretes de la esperanza explican que la ratita salvada, al haber "registrado" que antes hubo una salida, en el siguiente intento no se rinde fácilmente, y es por eso que persevera.

¿Es eso, entonces, la esperanza?
¿Seguir nadando?¿Mantenerse tozudamente en lo que ya se hizo antes?
¿Repetir? ¿Soportar más?¿Cuánto más?

Yo pensé más allá... Me imaginé en esos momentos en que mi vida era un tanque metálico sin fisuras. O un abismo que parecía infinito. O una nave quemada, humeante y dolorida contra un cielo sin pájaros.
Cierto es que se hace imperioso resistir. Pero creo que no vencí por perseverar.
Le adjudican a San Agustín la frase: "La esperanza tiene dos hijas hermosas: la ira y la valentía. La ira ante el estado de las cosas y la valentía, para cambiarlas"

Así sí me consagro sin tapujos al sabor agridulce de la esperanza. La esperanza que me calienta la sangre y me agita desde el interior con el fuego de la incomodidad. La que sacude a patadas los miedos, y no logra que se vayan pero me sostiene los hombros para que les haga frente. Las dos hermosas hijas de la esperanza se entrelazan y caracolean en mis manos, se disputan mi lengua, tironean de mis ideas, ayudan a mis piernas a esquivar el calambre.

La ira, magnífica consejera. Imprudente, inquieta, colorada, toquetona, innovadora. La ira que se indigna y me chicanea "te das cuenta, esto no debe seguir así"
La valentía que me inflama de coraje, de heroísmo, de resistencia, de energías blancas y vibrantes.
Entre las dos me van sosteniendo el ritmo.

Pero...
No me conformo con ponerme en puntas de pie para que el agua no me ahogue. No me conformo con no agitar las olas. No me conformo, tampoco, con volver a nadar igual que ayer: si estoy de nuevo en el maldito experimento, hice algo mal (debí haber escapado!).
Y sobre todo: no soy una ratita mojada.

Creceré hasta que el tanque sea la taza de mi desayuno. Me beberé toda el agua.Volaré si es preciso. Lo haré todo por quienes lo merecen.

En la lista de merecedores pongo mi nombre en dorado.
Y el tuyo.

Y el tuyo también.

Ejercitación

3:01 a. m. | 5 Comments

Diogenes el cínico fue un filósofo que se jactaba de su desapego por los bienes materiales, las comodidades, los placeres mundanos.
En el calor del verano, se dejaba calcinar por el sol, tendido en la arena.
Cuando el invierno congelaba el aliento, abrazaba las columnas de los templos, inmaculadas de escarcha.
Dicen que se comportaba como un perro, gruñendo y desafiando a cuantos lo increpaban o insultaban al paso. Muchos lo consideran el padre fundador de esta secta, la secta de los perros.

Y yo no sé...tal vez su insolencia llegó demasiado lejos... Tal vez los dioses se hartaron de protegerlo. Tal vez su postura era una burla imperdonable a la cuna de la civilización.
El caso es que un buen día, la limosna de los transeúntes dejó de llegar. Lo evitaban. Lo esquivaban. Era, en todo caso, un loco que había pasado los límites de la decencia.

Entonces Diógenes, terca, parsimoniosamente, como en cámara lenta, se dirigió a una estatua y se ubicó frente a ella en actitud mendicante. El tiempo discurría perezoso. Diógenes, impasible, limosneaba frente a la imagen de dura piedra.
Finalmente, una voz entre la multitud inquirió "¿Qué esperas lograr con esto, Diógenes? ¿Para qué lo haces?" -Quién sabe, sospecho, la perseverancia del sabio furioso habrá despertado algún género de compasión, acaso la que despiertan los que han perdido la cordura-
Sin desviar su mirada de la mirada de piedra, el sabio contesta:

"Para ejercitarme en el fracaso"


Nota al pie: a este post sigue uno que versa sobre ratas que nadan, gentes en punta de pie, vaivenes de los tiempos, esperanzas, charlas de madrugadas extrañamente agridulces. To be continued...

About