Juro que no es la cercanía de mis 43. Nunca me ha causado pena cumplir años y normalmente empiezo a declarar que tengo la edad que estoy por cumplir unos 2 o 3 meses antes.
Es más bien la instalación de una amarga certeza. Serena, pero intransigente.
La irrefutable verdad de que el tiempo transcurre y la vida es todo eso que va quedando en el anecdotario más o menos frondoso, ridículo o divertido con que podemos iniciar una charla con un desconocido. La verdad sin retorno de descubrirnos fuera de ciertas decisiones de nuestros hijos, esos mismos que insistimos en comparar recordando con ajustada precisión los kilos que pesaron al nacer.
En un reportaje reciente (que terminó casi a las piñas) el "Negro" Dolina dice que el paso del tiempo le impide disfrutar de cada segundo de felicidad, porque empieza a notar ese discurrir como la germinación en la conciencia, de la sombra gris que llamamos el sentido trágico de la vida.
Porque es entonces cuando notamos lo que hemos perdido. Lo que no hemos hecho. Los maestros que ya no tendremos. Las oportunidades de amar que desechamos (estábamos tan ocupados en tantos otros menesteres...!) La gente que dejamos ir, que no nos arriesgamos a conocer. Los pecados que no nos atrevimos a gastar. Los sabores que definitivamente dejaron de existir...
Nos damos cuenta de que no hay gimnasio que valga, ni crema hidratante que humecte el rictus de los cuarenta y pico.
Padecemos nostalgias prematuras o nos comportamos de repente como adolescentes gigantes, complaciendo los cánones de una sociedad que nos grita en los oídos que lo único valioso que puede ostentar un hombre, una mujer, es su insolente juventud
Yo distingo el ataque del sentido trágico de la vida porque me asaltan súbitos arranques de curiosidad por los epitafios y testamentos. O porque me da por observar mi vida como en un libro de Historia: recapitulo...yo tenía
¡Y -por Dios- cuando les cuento a mis peques que la tele era en blanco y negro! Me miran con una expresión que es dudosa mezcla de incredulidad y compasión. Me veo como una copia en sepia de mí misma...
Yo calculé, como casi todos, mi edad para el 2000. Me imaginaba que el 2000 nunca llegaría, o que llegaría con soluciones y progreso. El 2000 era el año de los otros, no el mío. Tener más de treinta era un impensable, como bien lo versifica Benedetti en su poema "Pasatiempos" :
Cuando éramos niños / los viejos tenían como treinta
un charco era un océano / la muerte lisa y llana / no existía.
Ya cuando nos casamos / los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano / la muerte era la muerte / de los otros.
Si no fuera porque soy abstemia, este sería el momento adecuado para irme de copas al Viejo Bar de los Fracasos. Allí donde me miraste apenas y lloré. Allí donde me di cuenta entonces que el Amor abre puertas que cerró el ayer...
Allí, para que vea en el fondo del vaso,
5 comentaron esto...:
uh Vera...no pesa no pesa tanto la lectura como haberte leído.Putamadre!...te perdono si me invitás a tu cumpleaños!...después de todo...seguís siendo tan chica!
pops,empecé en el blog! aviso.
Igual,nos vemos!
beso y me gustó mucho tu posteo..mucho y llega Julio ya? putaaaaaaaaa
Te invito, Pontiac, pero no garantizo, como para mis 42, tragos y risas.
Y no soy tan chica!!!
Solo peco (sigo pecando! maldita sea!) de ingenuidad
hola verita!
esto de internet es una bendicion para los investigadores....
preguntale a Pato si le gusto la pelicula sobre el robot milenario...
creo ke asi se podria conseguir el robot ke plancha...
besos
adeu
Xavi
Hay, Verita ,Verita:
y eso que yo te lo
aviseeeeeeeeeeeeee
No importa cuantas veces me avisen que pinchan las espinas de las rosas: allí voy, cegada por el perfume y el color...
Y en general, a nadie le sirve que le avisen: el cornudo es el ultimo en enterarse. Es matemático.
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