(Este post va dedicado a Dianita ...ella sabe por qué)

Algunas veces uno necesita que le digan lo que ya sabe, pero parece que ha olvidado.
Que se lo repitan. Que usen la técnica del mantra milenario.
Necesitamos "vaciarnos" de todo lo que aparentemente ya tenemos claro y aceptar nuevas comprensiones.
Necesitamos leer de nuevo el mismo poema, oír la misma frase, ver en los ojos de alguien -nuevamente, milagrosamente- el mismo brillo que ya vimos anteriormente.... sólo para saber que aún existe... sólo para saber que ya existió...
Estamos de pie sobre el borde filoso de nuestra endeble cordura y sentimos la tentación de dejarnos ir. Y la tentación es sabrosa. Endemoniadamente sabrosa.
Nos negamos a entender que la felicidad es nuestro destino. Preferimos autocompadecernos porque el mundo externo se nos ha vuelto hostil o peligroso. Ponemos allí las frustraciones y las broncas. Todo afuera, todo en los otros.
Dejamos de ver -nos cegamos, propiamente- qué tan profundo tenemos inscriptas esas sabidurías que en otros casos han transfigurado una experiencia dolorosa en otra de crecimiento y autoafirmación, sea propia o ajena.
Los monjes budistas dicen que si la mente consigue dominar la experiencia, que si la mente consigue, mediante sucesivas inscripciones de las experiencias, volver positivos los saldos, orientar los esfuerzos hacia lo que realmente buscamos, entonces la vida no podría hacerte tanto daño.
Y : ¿qué buscamos?
A juzgar por la constante insatisfacción: no es la moneda, ni la casa, ni la silueta perfecta, ni el pasaje de avión, ni siquiera el plato de comida. Es mas contundente y mas brutal, es más básico. Es AMOR. Un destello de amor, un impulso de amor, un deseo de amor.

Entonces, como hay que repetir, repito:

Tú eres el profundo deseo que te impulsa.
Tal como es tu deseo es tu voluntad.
Tal como es tu voluntad son tus actos.
Tal como son tus actos es tu destino.




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