O tal vez debiera decir otro regalo.
Verán, es que últimamente siento que recibo, en múltiples formatos y sustancialidades, regalos de personas que cruzan en mi camino. Presentes. Eso son: cachitos del presente, agujas de pura luz, componentes de un síndrome que se va alineando lenta, lentamente, perezosamente, que comienza a perfilar la figura completa del puzzle.
El regalo que recibí el viernes recién pasado fue:
una apreciación
...tan honesta, tan bella en sus palabras, tan regada de risas y de buena compañía, tan certera para mi ánimo que de inmediato sentí que la vida era justa conmigo.
Los flecos de esos fantasmas persecutorios disfrazados de falsa modestia, de falso recato, de falso pudor, del dañino temor al ridículo, del aprendido menosprecio de mí misma...todos se derritieron como babas de diablo en una tarde de viento...
Entonces vi claramente cómo las manos que me estrechaban eran sinceras y cómo las miradas de cariño o aprobación me resultaban absolutamente ricas y gratas.
Pensé que estos cortos e intensos tres días en los que se suponía que yo viajaba a Asunción para enseñar algo, fueron en verdad una potente experiencia de aprendizaje y descubrimiento.
Yo que me jacto de haberme reinventado, me crucé con alguien, que probablemente haya conseguido una reingeniería aún mayor. Es un mullido consuelo saber que en otras partes del mundo se cuecen las mismas habas...
Probablemente quien me hizo este regalo, no se haya percatado de la profundidad de ciertas frases, de la energía contenida en cierta combinación de las palabras.
Y sobre todo, el bonito consejo "no dejes que nada te nuble"...

Cuando regresé a mi PC, a mis mensajes, a mi bola de obligaciones y de líos, a la marañosa felicidad de estar construyendo cosas, me topé con esta cita de no sé qué libro de Osho (ah...si, si, si... es que descreo de los horóscopos pero creo en todo lo demás...)

Es verdad que no tuve un maestro. Eso no significa que no fui un discípulo: acepté a toda la existencia como mi Maestro. Confié en las nubes, los árboles...
Confié en la existencia como tal. No tuve Maestro porque tuve millones de Maestros, aprendí de todas las fuentes posibles. Ser un discípulo es una obligación en el camino. ¿Qué significa ser un discípulo? Significa tener la capacidad para aprender, estar disponible para el aprendizaje, ser vulnerable a la existencia.
Hoy me siento exacto así: vulnerable a la existencia.
Alegre porque sí.
Esperanzada porque... ¿por qué no?
Y agradecida. Porque he recibido otro regalo.

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