Con el ritmo y hasta el suave tono de voz con que lo canturrea Serrat, me anda rondando el poema "
Retrato" de Antonio Machado. En especial la estrofa que dice:
"Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía"
Curioso que un poema escrito por el 1910 (años más, años menos) se vuelva fuertemente actual. Sí, habrá quienes afirmen que siempre hubo locos -lindos y feos- que andaban por la vida hablando consigo mismos. No todos esperando hablar a Dios un día, pero sí haciendo ese incomodante papel del desquiciado, el que murmura o parlotea sin tener a mano quién le responda. Linyeras, ancianos, dementes, drogados, ebrios, desesperados: en alguno de esos encajaba el perfil del que habla solo en público.
Encajaba: ya no.
A ver si alguien pasó ultimamente por esta experiencia , o una similar (Gabi y yo sí)
Estoy por cruzar la calle, Diagonal Norte a escasos metros del obelisco, donde infaltablemente hay turistas sacándose una horrible foto. El semáforo está a punto de cambiar, y de golpe, sin previo aviso, el sujeto que está a mi derecha estalla en voz alta "QUÉ HACES MI QUERIDO, PERO COMO TE VA?"
Miro desconcertada. ¿Me habla a mí? Las otras dos o tres personas que lo rodeamos cruzamos miradas: ¿es a mí? ¿a vos? Desconcierto. Expectación. El soliloqueador arremete: "SI, BARBARO, LO MAS BIEN CHE!!! ACA...ESTOY EN EL CENTRO... COMO VA LA COSA?"
Cambia el semáforo. Cruzamos despavoridos, alejándonos del hablador, que sigue, impertérrito, su diálogo a los gritos: habla de su operación de vesícula la semana que viene, de las entradas al cine, se ríe, avanza a pasos gigantes, me importa un bledo la humanidad, voy hablando, che, sólo existo yo.
El susto de Gabi fue similar al mío: sentada en el colectivo al lado de una mujer, que de buenas a primeras empezó un diálogo a una sola voz, en tono más bien monocorde y cansino: "pero mami...escuchame, mami... hacé una cosa, mami...no, no, eso no... prestame atención que te digo, mami..." Dice Gabi que la primera reacción fue de sobresalto, la segunda de mirarle las manos a ver si estaba sosteniendo un teléfono, pero no: ambas sobre la falda, o bien hurgando la cartera, distraidamente, mientras la charla, que aparentemente se producía en su cabeza y se volcaba al exterior por su voz, seguía implacablemente adelante.
En el momento en que la cosa se empezaba a volver digna de Alfred Hitchcock la susodicha se despidió de "mami", acercó su mano a la oreja y con un sonoro clic cortó la comunicación. Alabado sea el dios del microchip: se trataba de un teléfono celular manos libres de dimensiones minúsculas, oculto bajo el cabello.
Claro, el tipo del obeslisco era sin dudas un caso parecido.
La pregunta es: ¿estos habladores han perdido en alguna parte la reserva de su vida privada, la virtud conocida como discreción? Normalmente hablan como si estuvieran a solas en el living de su casa, nos hacen partícipes involuntarios de las amargas desventuras de sus días de oficina, nos enteramos sin quererlo ni pedirlo del nombre de la ginecóloga de su amante, soportamos con estoicismo el relato de su última sesión de pilates o asistimos impotentes a la enumeración insípida de los expedientes que hay que revisar mañana en Tribunales...
Para mí, la ventaja del celular de mantenerte "ubicable" todo el tiempo debería sazonarse con la salsita del sentido común. No diré nada de aquella gente que interrumpe la charla real para atender el irracional zumbido o estridencia de su móvil y te deja de seña, con el fastidio añadido de estar ahí en medio de la nada, como un torpe convidado de piedra. No, de eso ya se dijo mucho.
Pero vamos...! Bien se podría el ser humano clase-media-comunicado darse por enterado de que al resto de los pasajeros de la combi nos importan tres velines si su socio ganó el partido de tenis en el tie break. Que los detalles de la compra de esta mañana no son de interés público ni ponen en peligro la seguridad nacional. Que las conversaciones con un ausente son diálogos, por Dios, diálogos y no exposiciones civiles en voz alta!
¿Es tan dificil comprender esta simple norma de urbanidad? ¿O será que el avance torrentoso del egocentrismo como un valor que no se discute terminará por poner a estos cultores del soliloquio a la altura del tranquilo lector del diario en la plaza del barrio?
Por algo tiene tanto éxito en las computadoras personales la acción inconducente de jugar al solitario, digo yo.
Por eso ganan espacio en la publicidad esos mensajes que alientan francamente el egoísmo "no compartas, es sólo para vos" "demasiado rico para compartir con otros" y cosas del estilo.
La publicidad de capuccino La Virginia -aunque en tono jocoso y haciendo quedar al protagonista como un bobo sin porvenir- hace uso de esa idea: compartir es lindo, pero igual llevate la mejor parte vos. Lo remata -sí, eso hace lo re-mata- con la pregunta retórica "¿Y que querés?"
Y.
Qué quiero.
Sabés qué quiero.
Quiero que haya más par a par y menos soliloquio.
O a lo sumo, no sé, renovemos los votos, seamos todos locos. Hagamos un múltiple-loquio.
Creo, recuerdo...se llamaba a esta práctica conversar...