Sí, ellos.
Los que ríen con sólo media risa.
Los que se contonean como pavos a la vista de sus ocasionales "amigos".
Los que aplauden frenéticamente cualquier manifestación que pueda ser potencialmente una ganancia para ellos (y para nadie más).
Los sepulcros blanqueados.
Los hipócritas.
Los oportunistas, travestidos de camaradas. Patéticos. Desagradables. Una ligera capa de empapelado vistoso, cubriendo una pared de boñiga seca.
He visto brillar sus pupilas dilatándose ante la posibilidad de aumentar su tajada.
He percibido el acre aroma de su aliento, escapado de risotadas obscenas, que se camuflan de simpatía y comprensión.
Los reconozco por su modo de andar: se agachan serviles, mientras marchan al lado de su presa, se encogen deliberadamente para hacerle creer que no es la presa, sino el predador. Saben que en el momento de la traición, o del abandono, o de la trastada, se erguirán a su tamaño normal, pareciendo así, grandes personas.

Llegado el caso, se portarán como carroñeros sin pudor: se pelearán entre ellos, cometerán nuevas traiciones, transarán con el mejor postor. Da igual. Puestos a elegir, eligen siempre y sin que les tiemble el pulso, la opción que les reditúa el mejor negocio. Y si esa opción implica clavar un puñal al anterior "amigo", quedarse con sus tripas, con su vivienda, con lo que quede de su familia y de sus afectos reales, así lo harán.
Ay, lo que sucede es que... ¡los oportunistas son tan buenos compañeros de disfrute! Son tan alegres y joviales, tan adrenalínicos, tan astutos y compinches, tan entendidos...
Ellos parecen los únicos amigos que nos entienden y aprueban. Los rostros adustos del pasado no lo hacen. Las voces de advertencia nos suenan tan egoístas y apocalípticas que preferimos no escucharlas. Mejor seguir de risa y vinos con estos nuevos amigos que dicen que todo lo que hacemos está perfectísimo y nos merecemos el goce, aunque sea un goce prohibido, peligroso, que podría salpicar y herir a quienes menos quisiéramos...
No sé como romper el hechizo de los que ríen con sólo media risa, los delimitadores de las primaveras.
Apenas sé reconocerlos por algunas de sus actitudes retorcidas, por ejemplo:
- Hablan siempre en presente, pero no al estilo de los budistas, que se centran en el aquí y ahora de la consciencia. Los oportunistas solo miran donde pisan. No tienen esperanzas de futuro.
- Son voraces. Tienden a disimularlo compartiendo contigo la voracidad.
- Tienen la carcajada demasiado fácil. Acabas por no distinguir cuando se ríen con ganas, y cuando por festejar tu chiste estúpido.
- Averiguan materialmente de qué va tu vida: cuanto estás ganando, cuánta plata entra o sale de tu casa, qué ropa te compraste últimamente (por cierto: toda tu ropa es super cool)
- Les importa un bledo tus afectos anteriores. Los califican livianamente de superficiales. Se suman a tus críticas de la familia, aun sin saber nada de ella.
En resumen, como bien dicen en su canción "Las pastillas del Abuelo": "Son los oportunistas de la desesperanza mientras más les das, menos les alcanza"
¿Librarse de ellos? ¿Cómo? Ojalá hubiera un único modo. Ojalá lo supiera...
Pero si por algún motivo, alguien que me escucha (que me lee) se viera retratado, sépase qué se hace con ese destino. Cualquier reclamación, que sea sin membrete.