No consigo mirar sin formarme imágenes mentales relacionadas. "Los pongo en contexto" me digo, para tranquilizar a mi ego que se sopapea con el inconsciente a diestra y siniestra.
Estoy parada, sin hacer nada trascendente, espero mi turno para subir al transporte que me lleva, en el más puro estilo mundofeliz de Huxley, de un trabajo a otro, del otro a mi nido tibio, de mi nido vuelta al trabajo, en medio de un atronador silencio.
Y miro.
Pasa gente, gente, gente, más gente. Unos con pasos breves y rudos, otros con movimientos estudiados, la mayoría en ese trance semihipnótico en que te sumerge la gran ciudad.
Miro, imagino, redacto mentalmente microdescripciones. Algunas son soberbias.
Pero como las redacto en el aire, unas sobre otras, se borran y borronean, se pegotean, se me olvidan. El mismo efecto que cuando escuchamos cuatrocientos chistes y media hora más tarde nos somos capaces de repetir ni el más estúpido.
De manera que...la gente pasa, y yo pinto retratos psicológicos extremos, en claro ejercicio ilegal de la percepción.
Después de muchos días de laboriosa observación (primer paso ineludible de todo método científico moderno) acuño un puñadito de regularidades. Ahora me dedico a verificarlas, entonces mi ojo escópico se vuelve agudo y sobrevuela la muchedumbre andante.
Sólo se detiene en los sujetos del experimento. El resto de la gran urbe, puede pasar impunemente delante de mis narices. Nada. Items sin clasificar. Se han vuelto despreciables.

Mis observados son unos pocos:

  • las mujeres demasiado altas

  • los hombres con zapatos originales

  • los que pasan cantando (a excepción de los que llevan auriculares, ésos no se cuentan, no son ellos los que cantan, sólo son acólitos de los consagrados)

Y mis conclusiones preliminares son que:

Las mujeres muy altas raramente se encuentran a gusto con su altura. A veces van con hombres más bajos que ellas: es una doble rareza la que ostentan, se vuelven freaks con sólo existir. Caminan adelantando las caderas y flexionando las rodillas un poco por demás. El efecto es que pisan como si fuesen calzadas con zapatitos de goma, pisan como pidiendo perdón por ser tan altas, como agachándose un poco en cada tranco.

Fijan la vista una o dos líneas por debajo de lo que debieran, de manera que las mujeres altísimas adquieren un aspecto de párpados suavemente inclinados, que a veces las hace parecer sensuales y a veces, algo dormidas.

Básicamente, las jirafas sufren. Si alguna de ellas sube a la misma combi que yo, 10 a 1 a que no se sienta en los asientos de adelante: tratará de no ponerse más en evidencia.

Salvo alguna que otra excluida, las minas altas tienen caras serias y atléticas, caras de empresarias exitosas que desayunan el café sin azúcar y sin leche. Caras lisas, longilíneas, con un touch de testosterona de más en la mezcla. No parecen buenas amigas.

Lo más curioso del caso es que los hombres las miran con una expresión que aún no decidí si catalogar como admiración velada o llana envidia. Sí: chicas altas, ellos las miran. (Creo que empezaré a estudiar a esta nueva subclase: "hombres que miran a las mujeres altas")

Hombres con zapatos originales: confieso que una de las primeras cosas que miro en un hombre son los zapatos. Sí, lo sé, es incomprensible y muchas veces no me aportará gran cosa, pero qué quieren que les diga: miro sus zapatos, es un vicio. Entonces, la regularidad que encontré es esta: un hombre que calza zapatos originales ya es, de movida, un bon vivant. Uno puede tener una camiseta única, pero también te la puede haber traído un amigo de, pongamoslé, su viaje a Sudáfrica. En cambio unos zapatos es algo que raramente te regalan. Los zapatos de hombre son una elección. Estos hombres que observo fugazmente, empezando desde abajo, por regla general tienen cabellos sueltos o flotantes, en estilos despeinado-casual o mechita-rebelde. Avanzan con ritmo firme. Si van acompañados, acompasan el paso. Este es un claro signo de que tienen buena escucha y capacidad de comprender el punto de vista ajeno.

Los hombres con zapatos originales ostentan un estilo clásico y a la vez moderno, una suerte de equilibrio entre la innovación y las raíces. Muchísimos de estos caballeros usan abrigos largos, larguísimos, que llevan con casual dignidad. Varios de estos sujetos llevan, además de los zapatos adecuados, una mochila en composé. En este caso suman como posibles virtudes el espíritu curioso, la capacidad de ostentar ideas propias con absoluta convicción y el desparpajo.

Dentro de este grupo, hay quienes completan el cuadro con prolija barbita de dos días y semisonrrisa bocona. Les esquivo la mirada si se topan con la mía, porque esos hombres representan un riesgo para mi taquicardia.

Los que cantan solos son un grupo heterogéneo dentro del salpicón de los elegidos para el micro retrato al paso. Cantan chicas y ancianos, y nenitos y adolescentes perforados. Los cantores caminan con movimientos libres, en general no van apurados. Pasan a tu lado y te cuelgan en la oreja una frase de lo que van cantando, y que te arregles.

"...y no te asustes si me río..." "de cada amor que tuve tengo..." "se besaron y en su boca" "después de lo que me has hecho" "somebody tooooooo"

De cada fragmento melódico que dejan al descuido, se desenrosca una vida completa: el que canta Queen se está separando después de 20 años de matrimonio, y le cae la ficha de que tiene más ganas de enamorarse rápido que de firmar los papeles del divorcio. El que tararea la de Ismael Serrano se deja llevar demasiado por la publicidad, y aunque no le molesta ser vulgar, le desagrada ser sorprendido en tantos lugares comunes. El que canta tangos tiene una inconfesada frustración, y unas enormes ganas de confesar.

En fin, que todos los que cantan arden en ganas de entablar diálogo. Serán buenos anfitriones en una fiesta familiar, y si quedamos atrapados con un cantante o un silbador en un ascensor colectivo, será sin dudas quien tome la iniciativa de comunicarse. Los cantantes callejeros padecen de falsa modestia. La versión abreviada y perdonable de la hipocresía.

Y bien!

En los demás transeúntes, mi mirada flota sin horadar. Algunas veces se desata la fiebre catalogadora y mi mente dispara: ese tiene cara de golpeador, ese otro encorva la espalda como si temiera respirar de más...un cagón, me parece, sí, es de los que encogen los hombros y arquean hacia abajo las cejas cuando grita el patrón. La que viene atrás es mala madre. La petisita se viene arrepintiendo de algo que dijo hoy. El de saco a cuadros tiene marcadas las arrugas de los que se rpien mucho, se viste horrible, pero debe ser buen tipo. La pelirroja se ríe de sí misma, va revolviendo la cartera sin encontrar nada, qué mas da, está contenta...

Y a veces la taxonomía es a ritmo de jungla urbana: Místico. Amargada. Chupamedias. Generoso. Onanista. Trepadora. Sumisa. Loquito. Otro loquito. Harta. Pagado de sí mismo. Materialista. Charlatán. Inocente.

Basta, basta, basta por un día... Nunca me salió el truco de la mente en blanco, que con variadas técnicas trató de enseñarme mi maestro de Kundalini Yoga. Pero bueno, necesito pasar una manito de blanco.

Voy a intentar.

Buenas noches a todos. Duerman bien. Sueñen sin palabras.

3 comentaron esto...:

Anónimo dijo...

uuuu, mira si me encontras a mi con mis topper rotas y sucias!! que pensaras de mii??? jaja
saludos

verarex dijo...

Topper rotas?
Según el color pensaría que sos un eterno kid, o un vago al que mamá le lavó siempre las zapatillas a la fuerza.
Onda : NENE DAME ACA ESAS ZAPATILLAS LLENAS DE BARRO!! QUE VA A PENSAR LA MESTRA???

jajajajaj

Anónimo dijo...

son negras, soy un eterno ROCKER! jajajaja
un beso!

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