El joven Alejandro, el mismo niño inquieto que porfiaba contra Aristóteles cuando éste trataba de convencerlo de que las tierras del Oriente eran puras quimeras, aquí en el momento en que decide que un caballo será "su" caballo.
"¿No te gusta tu sombra?" pregunta Alejandro, al notar que era eso lo que ponía nervioso al bello animal.

Dice el joven conquistador que nuestra sombra es una suerte de espíritu maligno. Mi sombra: la que proyecta mi propia existencia. Caray, y yo que no soy un brioso corcel, también me asusto.

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