Los dioses debaten el futuro de la Humanidad.
Los dioses, en sus altas esferas.

Son dioses celosos y coléricos, siniestros y bellos, dioses demasiado humanos, dioses arrasados por el fluir de humores bullentes.

Los dioses chasquean los dedos por diversión, y del chasquido salen galaxias y armagedones. Los dioses relajan los músculos divinos y sonríen y el universo crea primaveras y destila armonías.

Los dioses creen que son libres porque son creadores. Confían en sí mismos. No miden las consecuencias de sus actos, puesto que solo sucede lo necesario y justo.

Los dioses no saben de entropía, ni de matemática difusa, ni de teoremas ni de breves angustias existenciales.
Gozan como los dioses, duermen como los dioses, comen como los dioses.

Cuando los dioses se aburren, miran alguna de sus creaciones, la empujan con un dedo o la levantan en andas para ver qué sucede.
Entonces, las criaturas tienen visiones, o sanan mágicamente o experimentan el horror al vacío.
Una criatura tocada por los dioses puede volverse iluminada.
También puede volverse loca y padecer eternamente.

Los dioses no saben de términos medios.

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