Es una frase que nunca me había "cerrado"del todo. Creo que no se trata de aprender mucho....acumular saberes...y cuando ya estés henchido..."volcarlos" en otros.
Esta es una concepción bancaria y fija. No comulgo con ella.
Pero sí hay algo de cierto. No se puede enseñar si no se sabe lo suficiente. Si no se ha aprendido lo suficiente. Y aprender no es solo poseer contenidos.
La posesión es avaricia. En cambio el aprendizaje verdadero es cooperación.
Los que enseñamos y amamos enseñar nos llenamos de alegría y de gozo cuando nuestros alumnos comprenden algo, lo extrapolan, lo usan en su vida cotidiana, lo recuerdan en nuevas circunstancias.
Muchas veces no llegamos a ver esos frutos.
Pero tozudamente, confiadamente, enseñamos...enseñamos...
Somos como ese que siembra dátiles en el oasis (que tardan 40 años en crecer) porque sabe que hace 40 años, otro plantó los dátiles que él puede saborear hoy.

Saben, me estoy dando cuenta de que no todos los docentes desean que sus alumnos aprendan. Algunos solo se conforman con que repitan. Otros -los peores- hasta prefieren que fracasen. Es una especie de morbo infantil que no alcanzo a entender...

Una persona que explica que los "filósofos" no se consideraban sabios ni eruditos, sino modestamente amantes del saber, que no se creían perfectos como dioses sino simples mortales en pos del conocimiento... pero luego aprovecha una situación de examen para sacar a relucir su matiz "sofista", monologante, retórico, barroco, presumido...con la sola intención de demostrar que el estudiante fracasa en el punto donde ella triunfa...
...qué quieren que les diga...
me da la sensación de que no ha logrado ver el punto de que un estudiante es lo mismo que un docente -alguien que está aprendiendo- y que quizás cuando aprenda los suficiente, habrá de enseñar.

Despreciar el saber de un joven es crueldad. Y no, no me excedo. Es crueldad.

Que lo diga Calígula por mí:

Calígula: Para un hombre que ama el poder, hay en la rivalidad de los dioses algo irritante. La he suprimido. He demostrado a esos dioses ilusorios que un hombre, si se lo propone, puede ejercer, sin aprendizaje, su ridículo oficio.
Escipión:
Eso es blasfemia, Cayo.
Calígula: No, Escipión, es clarividencia. Simplemente he comprendido que no hay más que una manera de igualarse a los dioses: basta con ser tan cruel como ellos.

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